viernes, 21 de marzo de 2008

Reflexiones de un profesor de instituto


Yo soy profesor de instituto en estos momentos (después de haber sido profesor de universidad en España y en el extranjero) y le puedo afirmar que la respuesta es simplemente "no".
No pretendo exculpar a mis compañeros ni a mi persona: es cierto que tenemos fallos, pero hoy en día los maestros tenemos poco que decir en cada aula respecto al nivel de los contenidos.
¿Por qué? No por los contenidos que se nos imponen (tenemos bastante libertad para elevarlos e incluso para elegir el método de evaluación). Ese no es el principal problema.
El principal problema son los alumnos, que, salvo honrosas excepciones, no quieren realizar el mínimo esfuerzo.
Debería ver a los míos cuando les pongo un ejercicio de diez minutos para hacer en una hora, los lamentos son parecidos a los siguientes: "Pero, tío, ¡cómo te pasas!", "¡Hala, cuánto nos haces trabajar!", "¡Esto no hay derecho!".
El 20% de los alumnos hace el ejercicio a ritmo de tortuga y el resto se niega a hacerlo.
En un país normal, incluso esto no importaría, pues un maestro debería saber cómo imponer su autoridad en el aula e incentivar a los alumnos, pues eso es parte de nuestra tarea. Pero, ¿cómo lo haces?.
Incentivar es imposible a unos alumnos que lo tienen todo en casa sin esfuerzo y a los que no les importa aprobar o suspender (sus padres tienen mucha culpa de todo esto).
Castigar es imposible y, ni se te ocurra levantarle la voz a un alumno, aunque él se esté subiendo por los pupitres.
Hace un mes, una de mis alumnas se peleó contra otra alumna y se le encontró un arma. Se le abrió un expediente y, después de la investigación, se le impuso el máximo castigo que uno puede recibir en un instituto.
¿Y cuál es ese máximo castigo? Enviarla cinco días a casa. Más bien parece un puente largo y estoy seguro de que mi alumna lo disfrutó considerablemente.
Para modelar la conducta de un joven se necesitan incentivos positivos y negativos, palos y zanahorias.
No tenemos ni palos ni zanahorias, así que, si consigues que no se peguen, que estén un poquito callados y que hagan algo (muy poco), te puedes dar por satisfecho.
El instituto se ha convertido en una guardería. El objetivo máximo no es enseñar, sino tener aparcados a los niños mientras sus padres trabajan. Es lo que quiere la sociedad, es decir, los padres, que sólo quieren que apruebes a su hijo (si no lo haces, muchos vienen agresivos e indignados, exigiendo explicaciones de que hayas suspendido a su "maravilloso" hijo) y que no les des problemas (el padre de un alumno agresivo al que llamé para convocarlo a una reunión con el fin de hablar sobre la conducta de su hijo lo puso en estas palabras: "¡Ya no me llamen más! ¡Yo estoy trabajando! ¡Es su responsabilidad tratar con él!" y, por supuesto, nunca llegó a la reunión). Así que, como ve, el asunto es más complejo de lo que parece y la tarea del maestro es muy difícil, pues se le exige más que nunca (no sólo que enseñe sino también que eduque en valores, tarea de la que los padres han abdicado) y no se le da ningún instrumento para que lleve a cabo su tarea. También es muy deprimente ver cómo el esfuerzo se desprecia.
Los maestros somos los soldados que están en las trincheras de lo que va a resultar la decadencia de la sociedad española, viendo cómo llega la destrucción, mientras el resto de la sociedad está en la retaguardia ignorando el peligro y viviendo tranquilamente. Aunque esta carta se ha redactado en tono neutro, no crea que no hay una inmensa frustración al ver que nuestra sociedad se va por el desagüe. De aquí veinte años, cuando los "productos" de la Logse estén en el mercado de trabajo, habrá mucho que lamentar.
José Luis Villar Palasí. Docente.

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