sábado, 22 de noviembre de 2008

De la crisis económica a la crisis política


IGNACIO CAMUÑAS SOLÍS Ex ministro de UCD.- Sábado, 22-11-08. La Tercera de ABC
NO pretendo sumarme al numerosísimo elenco de autoridades y personalidades varias que en estas últimas semanas vienen interviniendo sobre las causas de la crisis financiera y económica internacionales que padecemos ni, por supuesto, soy quien para ofrecer recetas ni fórmulas mágicas para superar con éxito la espantosa crisis que atravesamos. Digo bien, espantosa, por las gravísimas consecuencias que para miles y miles de familias supondrá el aumento de la tasa de paro que se desencadenará en los próximos meses.
Ha sido, en efecto, don Emilio Botín, presidente del Banco Santander, quien, de forma muy clara y rotunda ha hablado en días pasados de los excesos en que habían incurrido los agentes económicos en estos últimos tiempos.
Exceso de liquidez, exceso de dinero barato, exceso de apalancamiento empresarial para compra de títulos y valores de otros grupos muchos más fuertes que el adquirente, exceso disparatado de construcción de viviendas en el sector inmobiliario, exceso en los premios y «bonus» a los dirigentes del mundo financiero, exceso, en fin, de las familias al incurrir en un consumo, a veces, desbocado. Todos estos excesos han puesto de manifiesto una notable falta de previsión generalizada, un enorme desenfreno y falta de austeridad y, en definitiva, una escasa cultura de responsabilidad para con la sociedad en su conjunto.
Pero con ser muy grave, sin duda, todo lo que estamos viviendo hoy, en esta ocasión quisiera llamar la atención, sin embargo, sobre otros muchos excesos que llevamos soportando en la vida política de nuestro país que, de seguir así y si no ponemos remedio pudieran producir en el futuro una crisis política, esta vez, exclusivamente de ámbito nacional y de incalculables consecuencias.
Ahora, con la crisis económica ya sobre la mesa nos preguntamos por qué no advertimos a tiempo y no pusimos remedio a tanto exceso y desmesura como se estaba produciendo. Pero ya hemos llegado tarde y sólo podemos lamentarnos y tratar de aprender la lección para el futuro.
Por eso, quiero levantar la voz y advertir ahora que aún tenemos capacidad de maniobra de los muy graves excesos que se detectan día a día en la vida política de nuestro país.
¿O no es un exceso intolerable que una autoridad del Estado desafíe abiertamente la Constitución y propugne con descaro la independencia de una parte entrañable del territorio nacional?
¿O no es un exceso manifiesto el Estatuto de la Comunidad Autónoma de Cataluña que propugna una relación de tú a tú, bilateral, con el Estado español y que proclama unilateralmente a Cataluña como nación con unos derechos fundamentales propios para sus habitantes?
¿O no es un exceso irritante que pequeñas formaciones políticas de ámbito local, condicionen la vida política nacional subastando su apoyo al mejor postor, inclinando la balanza a su antojo para desfigurar con ello la realidad política del país?
¿O no es un exceso odioso e injusto el trato que se da en algunas Comunidades Autónomas al idioma común de todos los españoles, al dificultar en grado sumo que nuestros hijos puedan estudiar en castellano en cualquier parte del territorio nacional?
¿Y no es un exceso grotesco el que algunas autoridades autonómicas puedan legislar en su favor sobre el aprovechamiento de los ríos que atraviesan su ámbito geográfico?
¿Y no constituye un exceso peligroso tener al Poder Judicial subordinado ante el poder político designando los partidos políticos, con descaro y sin rubor, a sus representantes en los órganos de gobierno de la mencionada Institución?
Y así podríamos seguir desgranando, uno tras otro, los muchos excesos que acontecen hoy en la vida política española y cuyas consecuencias de no tomar medidas adecuadas y a tiempo, años más tarde tendremos que lamentar.
Parece, una vez más, que los seres humanos, desgraciadamente, no aprendemos más que a fuerza de golpes y no somos capaces de prever las consecuencias de nuestros lamentables actos.
En una atenta observación de la realidad y en mis frecuentes contactos y conversaciones con muy variados y destacados representantes de la vida política oficial detecto, por lo general, un fuerte desánimo, una acusada pereza y pasivo acomodo ante el panorama actual y, por supuesto, una nula capacidad para asumir riesgos y enfrentarse con la situación, como si el mero paso del tiempo sirviera para poner las cosas en su sitio. Mi percepción es justo la contraria. El paso del tiempo desde 1978, fecha en que se aprueba la Constitución, hasta hoy no ha hecho más que empeorar los problemas que el texto constitucional dejó apalabrados.
El camino que estamos recorriendo así lo pone de manifiesto. El Estado de las Autonomías, propuesta en su día inteligente, generosa y mesurada, está transformando a España en un país cada vez más difícil de gobernar y donde el interés nacional resulta, día a día, más complejo de articular. No es el momento de buscar culpables, que obviamente los hay, sino de poner remedio a una situación que cada vez se enreda más, no deja contento a nadie y repercute desfavorablemente a la hora de comparecer y competir en el tablero internacional.
Creo, honestamente, que estamos aún a tiempo de evitar la crisis política nacional que de no tomarse medidas valientes y sinceras, me temo sea inevitable. Y, entonces, para consolarnos no podremos mirar al exterior ni echar las culpas a Washington ni a la Unión Europea ni al Mundo Árabe. Esa será nuestra crisis. Una crisis propia que sólo a nosotros nos tocará resolver. La crisis de un modelo político alumbrado con generosidad e inmensa ilusión hace ahora 30 años pero que por los excesos de unos, las deslealtades de otros y la falta de coraje de muchos, puede llegar a naufragar.
Aprendamos, pues, de esta crisis económica que atravesamos y extraigamos las lecciones necesarias para cortar a tiempo la crisis política que, en cualquier momento, pudiera estallarnos en la mano.
El presidente francés Nicolás Sarkozy acaba de advertir del creciente malestar y las revueltas sociales que podrían producirse dada la situación de profunda crisis que atraviesa el mundo en estos momentos.
Me temo que, como es habitual, será fácil tachar estas observaciones de alarmistas o simplemente extemporáneas. Ojalá me equivoque y mi análisis esté profundamente errado.
Repasemos la historia y será fácil comprobar cómo las burbujas económicas y las crisis políticas tardan tiempo, es verdad, en gestarse pero luego su estallido, por lo general, es fulgurante cogiéndonos a todos desprevenidos y asombrados.
Quizá, aunque se pudiera pensar lo contrario, esta crisis económica que padecemos podría ser una buena oportunidad para poner orden y acabar de una vez por todas con los abusos y excesos políticos antes reseñados. Se ha acabado ya la época de la euforia y la exuberancia irracional de los mercados y entramos decididamente en una etapa de estrechez, austeridad y mayor realismo. Los ciudadanos van a estar más preocupados por los salarios y los puestos de trabajo y menos por los humos soberanistas y la memoria histórica, pretensión últimamente de una parte de nuestra clase dirigente.
Se acerca, a mi parecer, el momento adecuado para que surjan aquellos líderes que sepan afrontar los retos de la hora presente de tal manera que nos ayuden a evitar males mayores en el futuro.

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