domingo, 2 de noviembre de 2008

¿Jugando al despite o estando despistados?


¿Puede admitirse como prioritario atender los «derechos» de los exiliados de hace cinco o seis docenas de años con perjuicio notorio para la mitad de los españoles que tienen hoy menos de 35 y que, en su mayoría, no habían nacido cuando murió Franco?.

Martín Ferrand escribe en Abc:
ESTAMOS en el pórtico de la recesión.
El Banco de España, la institución que estudia con ahínco y vigila con orejeras, nos anuncia que el crecimiento de la economía española ha sido negativo en el tercer trimestre del año y todo parece indicar que lo será también en el cuarto.
Tras la recesión, si se actúa con solvencia y energía, con talento y oportunidad, puede llegar una recuperación económica; pero, en caso contrario, está garantizada la depresión, algo más grave, profundo y duradero. Las circunstancias internacionales complican el problema aunque una buena parte de él es de raíz y desarrollo meramente nacional. El despilfarro público, con cerca de tres millones de funcionarios y gastos no sociales insostenibles cuando cursan con cargo al Presupuesto, es la aportación de la Administración -de las Administraciones- a la crisis. La más baja productividad de toda la UE es la de la sociedad y cuenta con el apoyo y respaldo de los sindicatos y otras instituciones parasitarias.

En ese marco, un Gobierno de buenos nietos y malos gestores celebró su último Consejo con una dedicación especial al desarrollo de la Ley de Memoria Histórica, la gran trampa de José Luis Rodríguez Zapatero para reinventar el pasado y no enfrentarse con la debida aplicación a fundamentar un futuro nacional que resulte más sólido y menos cainita.
No parece importar mucho que ya, en los albores de la recesión, seamos el país europeo con una mayor tasa de paro (11,9), muy por encima de la media de los 27 miembros de la UE (7,5). La erradicación de los símbolos del franquismo y otras obsesiones espiritistas parecen interesar más a un Gobierno que se dice socialista -¡pobre PSOE!- y que, en desprecio del drama humano de quienes no tienen trabajo, se comporta como un grupito de frustrados doctorandos emperrados en la elaboración de una tesis novelesca y oportunista.
Honoré de Balzac, curiosamente excluido del consumo habitual de lecturas entre los españoles, nos dice en Eugenia Grandet, su narración más apasionante, que «la miseria engendra la igualdad». Ahí, quizás, esté el secreto. Zapatero y los suyos, tan igualitarios como hostiles a la excelencia, se afanan en que la miseria fortalezca con su presencia una igualdad tan deseable en los derechos y oportunidades como ridícula e inconveniente cuando se pretende como resultado y balance al margen del mérito y el esfuerzo.
Desenterrar los cadáveres de una cuneta y clasificar sus restos podría ser, si la demanda social no fuera otra, un ejercicio de justicia y reparación. Todos los muertos y todas las cunetas merecen respeto; pero, ¿puede admitirse como prioritario atender los «derechos» de los exiliados de hace cinco o seis docenas de años con perjuicio notorio para la mitad de los españoles que tienen hoy menos de 35 y que, en su mayoría, no habían nacido cuando murió Franco?.

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