miércoles, 22 de diciembre de 2010

Kosovo

En Kosovo, Occidente concedió honorabilidad a una narcoguerrilla secesionista cuyos crímenes van saliendo a la luz.- Jon Juaristi.

KOSOVO es la vergüenza de Europa, y, a medida que vamos conociendo nuevos episodios de lo que fue allí la guerra humanitaria resuelta tras los bombardeos de Belgrado por las fuerzas de la OTAN, el asunto huele mucho peor. Resumiendo: los occidentales concedimos un plus de credibilidad inmerecido a unas mafias locales convertidas, de la noche a la mañana, en ejército de liberación nacional con pretensiones de representar la voluntad unánime de los albanokosovares; consentimos en admitir como verosímiles noticias y reportajes de supuestas matanzas prefabricadas por los bandidos del UCK (el flamante Ejército de Liberación de Kosovo) con cadáveres traídos de quién sabe dónde e imputadas a los militares y paramilitares serbios. Finalmente —y aunque, por fortuna, los gobernantes españoles consideraron que la indecencia había ido demasiado lejos y se negaron a dar su conformidad—, se avaló desde un buen número de cancillerías europeas el proceso secesionista de la región que llevó a la creación de la actual República de Kosova, un rough State financiado por la comunidad internacional, charca de corrupción y de tiranía apenas encubierta, donde día tras día se escarnecen los derechos humanos, en especial los de la minoría serbia.
Y todo para castigar a los serbios. Si alguna enseñanza contiene esta siniestra historia es que, tanto en el marco de los estados nacionales como en las relaciones entre los mismos, los gobiernos deben aprender a contenerse y a evitar la lógica vindicativa que prescribe compensar las injusticias del ayer con injusticias simétricas en el presente. Que es, precisamente, la lógica que se ha aplicado contra Serbia en Kosovo. Las guerras que destruyeron Yugoslavia pasarán a la historia como los más garrafales errores de la política exterior de unas democracias liberales que fueron incapaces de impedir las atrocidades del ejército serbio en Bosnia y, para resarcirse de su culpable inhibición en aquella fase de la contienda, avalaron la farsa montada por una narcoguerrilla cuyo interés prioritario era entonces blindar el pasillo kosovar de la droga con destino a Europa occidental. Lo que hacía necesario, claro está, amputar una de las regiones históricas de Serbia y someterla a un Estado gamberro y racista bajo la protección de los Estados Unidos. Para ello contaron con la colaboración estúpida de Slobodan Milosevic, el sátrapa serbio excomunista que no perdió ocasión de perder todas las oportunidades posibles para dar al contencioso kosovar una salida pacífica.
El informe del europarlamentario suizo Dick Marty sobre los asesinatos de prisioneros serbios y su posterior descuartizamiento por los esbirros del UCK para extraerles los riñones y ponerlos a la venta en los circuitos clandestinos de occidente trae a la memoria los horrores del campo de exterminio de Jasenovac, donde más de medio millón de serbios fueron masacrados durante la Segunda Guerra Mundial por los milicianos fascistas del dictador croata Ante Pavelic, que, por cierto, también coleccionaba órganos de sus víctimas. Los crímenes de la guerrilla albanokosovar de Hashim Taci, actual presidente del tinglado pseudonacional de Kosova, no deberían quedar impunes.

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